- El escritor pasó del ‘underground’ en los años setenta a relatar la historia de su hija autista con una obra que transformó el cómic español
Artículo escrito por Tommaso Koch para EL PAIS.
Miguel Gallardo, uno de los autores de cómics más conocidos y aplaudidos de España, creador del icónico personaje Makoki, entre otros, ha fallecido este lunes a los 66 años, según informó su agencia literaria, MB, en un comunicado. El artista, responsable de obras como María y yo y Un largo silencio, era “uno de los máximos representantes de la novela gráfica y la ilustración de los últimos 40 años en España”, como destaca el mismo texto. Gallardo padecía desde hacía años un cáncer, por el que fue operado en 2020 y que precisamente había relatado en uno de sus tebeos, Algo extraño me pasó camino de casa.
Varias de sus creaciones más exitosas partían de su propia vida, su familia o sus recurrentes viajes. Un largo silencio, en concreto, relataba los recuerdos de su padre, soldado republicano en la guerra civil española, y fue una de las primeras obras literarias que, ya en 1997, recuperaba la memoria y la dignidad de los perdedores del conflicto.
María y yo, en cambio, se centraba en el autismo de su hija, que tenía 12 años cuando se publicó la primera edición de la novela gráfica, en 2007. La obra supuso toda una revolución en el tebeo nacional, justo el mismo año en que Paco Roca lanzaba otro cómic tan brillante como arriesgado: Arrugas. Gallardo se atrevía a contar un tema tan íntimo y espinoso en un cómic, repleto de ternura y de humor pero sin miedo al dolor, y su éxito no se limitó a las ventas: hubo adaptación al cine —con nominación al Goya incluida—, traducción a una decena de idiomas, el Premio Nacional de Cómic de Cataluña y hasta una versión teatral estrenada en Rusia. La historia se prolongó, más tarde, con una segunda entrega, María tiene 20 años.
Mucho antes, en los setenta, Gallardo había marcado otro punto de inflexión en el cómic español. Con los mismos ingredientes: valor, talento y una sonrisa. Tan solo nueve días después de las primeras elecciones democráticas en la España posfranquista, lanzó al estrellato a un quinqui que se había fugado de una sesión de electrochoque en un frenopático, tanto que todavía le quedaba pegado algún electrodo. El 24 de junio de 1977 en la revista Disco Exprés, debutaba Makoki, de la mano de Gallardo y el guionista Felipe Borrayo, que dio paso muy pronto a Juan Mediavilla. Entonces, fue un destello. Cinco álbumes después, ya era un mito.
Aquella obra underground, y más en un país que empezaba a redescrubrir la libertad, tuvo un impacto inmediato. “Fue un milagro aquel éxito, no éramos profesionales, solo queríamos contar lo que estaba pasando, Ir de bares, fumar canutos… conectamos con el público de forma brutal”, contaba Gallardo a EL PAÍS en 2012, cuando se editó un tomo que reunía a todas las aventuras de Makoki en un mismo libro. El propio autor contribuyó al impulso en España de los tebeos más alternativos: fue miembro fundador de la revista El Víbora. Una vez más: atrevimiento.
El mismo, probablemente, que le empujó siempre a no conformarse y buscar nuevas formas de ilustración. Nació en Lleida, en 1955, y estudió en la escuela Massana de Artes y Diseño de Barcelona. Trabajó para revistas de historietas como Star o Bésame mucho, y para medios como The New York Times, The New Yorker, The Washington Post o EL PAÍS. La mayoría de las veces escribía y dibujaba todo él solo, aunque también se juntó con Paco Roca para contar las vicisitudes de ambos en Emotional World Tour. Diarios itinerantes.
Su última obra —su sello habitual, Astiberri, la editará el próximo 10 de marzo— también bucea en el universo personal: El gran libro de los perros narra la llegada de Cala a la vida del creador y de su pareja, Karin du Croo. Gallardo compartía con los lectores en viñetas lo que le sucedía. Pero, de fondo, dibujaba las emociones humanas. Su agencia literaria recuerda que él se definía como “tradujante”, porque llevaba a las imágenes lo que los demás conciben en palabras. Aunque resulta imposible traducir lo que piensan ahora tantos adoradores de su obra. Para dibujar algo así, haría falta Miguel Gallardo.